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Mostrando entradas de septiembre, 2021

La pluma

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29/9/2020 Entra por la ventana (estoy en un primer piso sobre planta baja) una pluma de pájaro traída por la brisa. Limpia e intacta, como recién desprendida del cuerpo del pájaro. Ha venido a posarse a mis pies, frente a la silla en la que yo estaba sentado leyendo un libro. La ventana da al patio de recreo del instituto, en el que en ese momento juegan decenas de chiquillos, lo que basta para mantener alejados a los pájaros de diferentes especies que a otras horas se refugian allí, a cubierto de los vientos que azotan el paseo marítimo. El pájaro del que procede la pluma -que más bien parece plumón, porque es corta y tiene el característico aspecto algodonoso del plumaje que cubre el cuerpo del animal, en constraste con las plumas largas y firmes que sustentan el vuelo- debía de hallarse en una de las cornisas y cabe pensar incluso que procediera de algún polluelo. ¿Es normal que pierdan una pluma por las buenas? ¿Cabe imaginar algún fatídico percance -aunque aquí, que yo sepa, no ha

Un cuento

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27/9/2020 Me cuenta C. que en el barrio barcelonés al que se ha mudado hay una calle llamada "de Neopàtria" y que ese nombre le ha llamado la atención, quizá por las resonancias que le parece percibir en él. Y yo celebro que el azar me brinde la ocasión de un modesto alarde de erudición -de pedantería, en fin-, más debido a la casualidad que a otra cosa. Le cuento que los catalanes fueron toda una potencia naval y militar en el siglo XIV y que ello les llevó a arrebatar territorios al imperio bizantino y establecer en ellos ducados gobernados por sus caudillos militares: entre ellos, el de Neopàtria, en la Tesalia. Le hablo también de los almogávares, una especie de cuerpo de mercenarios procedentes de las tierras altas de Aragón, y del asesinato a traición de su jefe, Roger de Flor, por parte de los bizantinos, lo que dio lugar a lo que todavía se conoce como "venganza catalana"... Me pregunta C.: "¿Y tú cómo sabes todo eso?". Le desgrano entonces la cade

Dejan de contar

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24/9/2020 Como mi horario laboral cambia todos los años, estas primeras semanas del curso suponen siempre redefinir los hábitos y adaptarse a las nuevas circunstancias. Nunca me quejo de las novedades, al menos de las que atañen solamente al horario: lo que se conceptúa como un horario "malo", es decir, disperso, con huecos entre horas, a veces se convierte en una bendición, porque me ofrece la posibilidad de permitirme paseos a media mañana y desayunos largos en una terraza, acompañado de un libro. Por lo mismo, un horario demasiado compacto se traduce a veces en sensación de apremio y prisas, porque cualquier rato que dediques a una tarea sobrevenida te parece que lo estás robando de tu tiempo libre; aunque también es un placer, en fin, que el horario te brinde un día con una o dos clases a primera hora de la mañana y el resto libre, como un día de vacaciones del que ni siquiera tienes que descontar el tiempo que sueles perder en los días de asueto por levantarte tarde; de

Cuando el instinto

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20/9/2020 Gente hablando sola por la calle. La mascarilla sanitaria añade, si acaso, un componente grotesco a este espectáculo ya de por sí deprimente. Yo mismo me pregunto si el bullebulle que llevo en la cabeza, y al que voy dando forma como si lo fuera a trasladar aquí, alguna que otra vez traspasa la barrera entre la mera resonancia mental y su articulación vocal. Ahora mismo, mientras escribo estas palabras, voy mascullándolas en voz alta. ¿Estoy hablando solo? Pero ¿qué otra cosa es esta cuaderno, sino un pretexto para poder hablar solo sin que nadie vuelva la cabeza a mi paso y me tome por loco? * Entró un pájaro en el aula, causando el natural revuelo. Asustado, hizo lo que cabía esperar: intentar volver por donde había venido, con el resultado de que, en vez de enfilar un hueco de ventana abierta, tomó por tal uno de los tramos en los que se interponía un cristal. Oímos el golpe sordo, muy leve, del cuerpo del pajarillo al estrellarse contra el obstáculo, Cayó al suelo, tambié

Atenuantes

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16/9/2020 Venir aquí a anotar que uno se siente febril casi podría suponer una autoinculpación por no cumplir con el deber elemental de informar de ello a los responsables sanitarios. Pero mi sensación de destemplanza no alcanza los niveles de lo que los sanitarios llaman "fiebre" y se reduce al malestar que me causan la sucesión de noches mal dormidas, las situaciones de estrés y cansancio y posiblemente ese cuadro estacional al que repetidamente aludo en este diario y que los médicos anticuados llaman "fiebres reumáticas" y atribuyen a una suma de factores tan volátiles e imprecisos como los que acabo de señalar. El caso es que, en vez de mis benditos 36ºC, tengo 36,8... Le describo el cuadro a una de mis veteranas compañeras, que me dice: "Estás igual que yo, sólo que no creo que por las mismas causas". * Este administrativo con aficiones flamencas me dice que me conoce desde hace años y que coincidió conmigo en torno al año 86 en una fiesta en un piso

Faenas

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13/9/20 Leo un artículo sobre el bienestar que, en estos tiempos aciagos, mucha gente dice sentir al efectuar tareas caseras rutinarias, tales como limpiar el suelo o planchar la ropa. Consecuencia, supongo, del hecho de haber estado confinados durante semanas o meses y haberse tenido que resignar a distraerse con lo que había a mano; aunque también, dice el artículo, porque las tareas que exigen atención y ocupan la mente, y además tienen un ingrediente de repetición mecánica, alejan la ansiedad y tienen un efecto tranquilizador. No puedo estar más de acuerdo. En las últimas semanas, debo algunos de mis mejores ratos, por supuesto, a mis hábitos de siempre, como la lectura o la escritura; pero ambas parecen requerir una predisposición especial, que no siempre tengo, o que a veces sólo me dura un tiempo limitado. Más placentero me resulta pintar, que exige la dosis justa de trabajo cuidadoso y concentración y parece poner en uso facultades distintas a las que intervienen en otros proce

A mí no

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11/9/2020 Acaba de llegarme la noticia de la muerte ayer, a los 48 años, de Jesús Bibang González, más conocido como Jota Mayúscula. Hace tiempo que dejé de seguir la clase de música que hacía y producía y difundía desde "El Rimadero", su programa de Radio 3. Pero hubo un momento en que el rap , en general, me atraía y me parecía que ofrecía genuinas posibilidades a la expresión poética. El mencionado programa radiofónico de Jota Mayúscula suponía una interesante ventana a ese género, en cuyos moldes llegué a componer un largo poema, "Nosotros los de entonces", que incluí en mi libro del mismo título y que tuve el privilegio de oír en las voces y arreglos de varios chicos aficionados.  Me ha apenado la noticia del fallecimiento de este entusiasta propagador de lo suyo, que en un tiempo sentí cercano. La curiosidad es variable y sobre ella pesan imprevistos accidentes, y quizá éste no sea el momento de intentar explicar por qué esta clase de música me dejó de interes

La excepción

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8/9/2020 La situación actual me recuerda el viejo re quisito , que no sé si sigue vigente, que obligaba a presentar un certificado de no tener tuberculosis para tomar posesión de una plaza de profesor ganada en oposiciones. Ahora, para empezar el curso, nos obligan a ponernos en cola a la puerta de un polideportivo para que nos hagan una prueba que permita descartar que nos hayamos contagiado del virus que flota en el ambiente. Curiosa manera de invertir las precauciones sanitarias: los profesores, a quienes cabe suponer un nivel educativo y una predisposición a acatar las medidas preventivas algo mayores que los de la media de la población, son quienes han de demostrar que no portan el virus, mientras que a su clientela adolescente, entre quienes se han detectado a lo largo de los meses previos toda clase de flagrantes imprudencias, no se les exige que demuestren nada.  He tenido la tentación de negarme; pero no: uno es obediente y responsable. Hasta cierto punto, claro, a partir del

No del todo

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6/9/2020 Cosas que dejas al filo del olvido si no vienes a anotarlas aquí: por ejemplo, la bandada de estorninos que estaba posada en los arbustos recrecidos de la carretera del polígono industrial y que echaron a volar justo a mi paso, cubriendo por unos segundos mi campo visual y dejando en el resignado desánimo con el que empezaba el día -ya ni recuerdo a dónde iba ni para qué- un inesperado punto de asombro y algo así como una predisposición a otros pequeños o grandes deslumbramientos que en principio no figuraban en el plan al que había de ajustarse la jornada.  Pero ahora recuerdo a qué iba: a dejar el coche en el taller, lo que me obligó a hacer el trayecto de vuelta en tren. Levanté la vista del libro que iba leyendo justo cuando el convoy enfilaba la curva que ciñe el saco interno de la bahía: la mar, por efecto de la luz sobre los pliegues que le imprime el viento, presenta un extraño azul eléctrico casi irreal, como si fuera el resultado de una manipulación fotográfica y no